Durante todo lo largo y ancho de esta semana, deberemos acudir al hospital para realizar diferentes estudios y controles: Laboratorio, ecodopler, hematología (¿?) y por supuesto, la cita semanal para actualizar el lugar en la lista (MELD), a veces me resulta simpático ir caminando por los pasillos (y alrededores) del hospital e ir moviendo la mano cual reina de la primavera: médicos, enfermeras, camilleros, administrativos, seguridad y ordenanzas ya son caras conocidas, incluso el diariero y la gente de la cafetería nos saludan al pasar.
Conocemos a cada uno de los pacientes y cada uno de los pacientes nos conoce, me son ya familiares los recobecos y pasillos, los atajos y los ascensores (los que nunca funcionan, los que siempre están llenos y los que sólo toman los boludos y por eso siempre están disponibles y funcionando...) Se con qué persona desplegar la risa, con quién presionar, con quien discutir y con quien se puede charlar; la ubicación de cada uno de los ceniceros y las puertas que permanecen abiertas cuando ya todos duermen, los quioscos, los precios, las panaderías... Conozco, si, cada falencia y virtud de ese hospital. Más de una vez he orientado a los recién llegados, discutido con los desubicados que se piensan en un shopping y no privilegian a las sillas de ruedas y camillas.
Desde diciembre del año pasado, parece que tengo un campamento armado en ese lugar y sería mucho más larga y pesada la espera si, detrás de aquellas batas blancas, no hubiese reconocido a las personas, especialistas que se preocupan por atender con calidad, por sacar adelante a mi marido, por revisarlo de un lado y otro, adentro y afuera para que no exista lugar a la duda. Su salud les importa, pero también les importa "él", Jorge es ya un favorito del equipo de hepatología, puedo decir sin miedo a equivocarme que ellos junto a nosotros están ansiando que llegue pronto el trasplante; me enternece su trato, cada uno de los miembros del equipo tiene su fortaleza y ponen esa fortaleza también en contener, contener incluso a esta esposa que a veces llora, otras se lamenta y más de una vez tiene (porque lo he aprendido) el valor de exigir. Importa tanto que el facultativo se preocupe por tí y no sólo por una parte, porque acaso necesitamos un hígado pero no somos un hígado, somos un hombre y una mujer con un hermoso pasado, atravesando un bache mientras planeamos futuro.
Por eso, pese al aire acondicionado, que hasta en el ahora otoño se resiste a rescindir, pese a la duda de cada nuevo estudio, a la extrañeza de los resultados, a dinero que se esfuma como agua fresca en cada visita, a las largas jornadas respirando encierro e incertidumbre, a lo agobiante que resulta una y otra vez acudir... Tengo confianza en sus cerebros y corazón; confianza detrás de sus ojos profundos, bromas y silencios. Sonrío. Nuestra vida está en sus manos.
Lu*
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