Finalmente volvimos de la consulta de hoy, esa por la que tanto renegué el martes que le dieron el alta; esta vez por cuestiones de sillón, no pudieron hacer las prácticas necesarias y mañana debemos regresar, es así, para eso estamos aquí, por eso él se jubiló y por eso yo saqué licencia en la escuela... Por mucho que pese y haya que correr para cumplir con todo, es lo que se debe hacer.
Llegué y los doctores estaban a punto de reunirse en Ateneo, -"hablaremos de vos"- alcanzó a decirle su doctora (cuya palabra es para nosotros, pero sobre todo para él, palabra santa), -"espéranos 1 hora"- y así lo hicimos. Fuímos a la cafetería y desayunamos, aunque resulta más caro comer ahí que en los bares de los alrededores, el recorrido debemos hacerlo en silla de ruedas pues las hinchadas piernas y panza de Jorge, más su gran debilidad producto de la anemia, impiden que él pueda realizarlo por sus propios medios, no quedó de otra, la silla es del hospital y no puede andar paseando por doquier. Tomamos café con leche y tarta de batata (camote) y charlamos realmente animados, Jorge oscilaba entre la lucidez y sus viajes al país de andá a saber a dónde; sonreía, compartimos la tarta, aflojé sus zapatillas (tennis) y sentados en esa mesa -tomados de la mano- fué como si volviésemos al pasado.
Antes de la hora decidimos volver al consultorio y esperar ahí, no sin antes hacer una escala técnica para echarnos un cigarrito, para eso debíamos salir y hacia allá nos encaminamos cuando nos topamos de frente con su equipo de hepatólogos -se aguó el pucho- (cigarro). Lo atendieron con la camaradería que ya he descrito en algún otro post, mientras uno lo auscultaba otro hablaba conmigo sobre los detalles de la internación, sus laboratorios y los estudios que debía de hacerse; entendí todo, aunque ellos me "traducen" al criollo los complejos nombres clínicos, ya no hace falta, pues a estas alturas los hematocritos, leucocitos, creatinina, RIN y demás -otrora indescifrables- nombrecitos me los conozco como el precio del tomate.
Me quedé tranquila y salí de ahí con cierta paz: ya sabía -porque de boca de los propios médicos salió- que el caso de mi esposo es uno de los más comentados y estudiados en cada Ateneo -"tenés mucha actividad en la sala"- le dijeron una vez, refiriéndose a esos encuentros semanales en donde se evalúa el todo por el todo de cada paciente, él mío particularmente está en estado calamitoso pero su laboratorio (es decir, las condiciones del pedacito de hígado que le funciona) sigue siendo una pinturita... Este equipo de brillantes doctores, me ha dado una vez más una muestra de que debo confiar, a veces no pueden explicármelo todo pero saben por qué hacen cada protocolo, lo mismo que yo no puedo explicar a cada alumno el porqué de cada uno de los trabajos, libros y procedimientos que utilizo para evaluar.
Elegimos bien nuestro centro de trasplante (nuestro derecho por ley a partir del 2005), más allá de ser privado y contar con una buena hotelería (fundamental para tantas asistencias), cuenta con el mejor equipo de trasplante reconocido incluso a nivel internacional; cuando hicimos las dos mil piruetas e indagaciones para decidir finalmente dónde atenderse, los resultados no dieron lugar a dudas, ahora tampoco. Debo aprender a esperar, a soltar, a dejar en las mentes especializadas la salud de mi esposo, debo recordar que -aunque sólo es un trabajo- el mío me apasiona y me involucro con la realidad de cada uno de mis muchachos, sé a quién exigir, a quién estimular, a quien "regalar" medio punto en un trimestral, a quien prestarle mis libros porque no los puede comprar.
Estoy aprendiendo a respirar cuando parece que el aire se acaba, como cuando era niña en las playas de Tampico y mi padre me enseñó a respetar el mar: "Si te atrapa una ola no luches, sólo déjate llevar; si te resistes te vas a ahogar, pero si te relajas tarde o temprano -seguramente con raspaduras- te escupirá".
Eso haré papá...
Eso haré papá...
Lu*
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