Ayer amaneció, y a pesar de que el cielo teñía de gris, nosotros despertamos contentos y apurados; nuestra larga semana de visitias al hospital estaba a punto de terminar, sólo quedaba una consulta -y un drenaje- y estaríamos libres todo el fin de semana. Jorge entusiasmado, por el -literal- peso que le sacarían de encima ya planeaba el sábado al aire libre, al sol, un paseo por el Delta pintaba como una muy buena opción. Y así una vez concluída la consulta con sus respectivos análisis, desayunamos y mientras hacíamos tiempo aproveché para sacar los turnos e ir adelantando los trámites, intentando así despejar un poco la siguiente semana.
A las 12:00 hrs. muy puntales hicimos el ingreso para una punción más, -una raya más al tigre- como suele decir mi marido, llegamos muy sonrientes a la sala y mientras lo atendían aproveché para ir a buscar a su hepatóloga y hacerle algunas preguntas. Ella respondió y también preguntó, cosas tan específicamente comunes que uno ya empieza a ver como "normales". -"Cuando terminen, van a ir hacerle otros controles", asentí y me fuí volando a buscar al interpelado, que clamaba ya por mí creyéndose en el olvido; pasamos al sillón de cada 3 semanas, cómodo, mullido, especial para reponer lo que falta y después decir un rápido hasta luego.
En efecto, horas más tarde se acercó uno de los chicos de hepatología, comenzó a preguntarme y mi boca no paraba de contar y contar cada detalle en la vida cotidiana de la última semana: la ansiedad, las largas noches en vela, el carácter volátil, comezones, nuevos medicamentos, jaquecas, ¡mi locura! etc, etc, etc. Me escuchó con complicidad, y es que suelo hablarle como a un chico más de la camada (después de todo, si no es de mi edad, es acaso menor que yo), no sé si esté bien o mal, pero poder narrar a boca de jarro hace que yo no pierda un sólo detalle. Entró, saludó a mi esposo bromeando, como es su costumbre, y comenzó a revisarlo sin parar de bromear, después me llamó aparte para explicarme lo que sucedía.
A estas alturas, hasta el lector más inexperto adivinará el dictamen: Internación. Lo que yo veía "normal y, que justificaba como "parte de", resultó que no era tan así, era preciso estabilizarlo porque dentro de poco yo no podría manejarlo... Cuando en diciembre del 2010, lo intervinieron para colocarle el TIPS, nos notificaron de los riesgos que -de no funcionar- el aparatito acarrearía, pensamos largamente antes de firmar, el miedo de "perder la cabeza" era algo que asustaba en gran medida a mi, absolutamente cerebral, marido -"sin mi cabeza no"- me decía y tras varias charlas con especialistas nos decidimos y pusimos la firma; el dichoso aparatito jamás funcionó, al mes ya estábamos de vuelta con los drenajes, más espaciados, si... pero no resultó lo que esperábamos, lo que si resultó fue el fantasma del deschavete, la llamada Encefalopatía.
Así que desde ayer mi caballero duerme en el hospital, yo lo acompaño a lo largo de todo el día y por la noche vuelvo a casa para descansar un poco y distenderme, después de tantas internaciones uno ya no se acelera, es parte de la vida, ésta vida. Su habitación parece una extensión del dormitorio de casa, procuro que nada le falte, que esté lo más cómodo posible, las enfermeras (y como ya lo dije antes) médicos y mucamas lo conocen -nos conocen- así que cada vez que vuelve lo reciben con cariño y un dejo de tristeza, pues cada vez que le dan el alta se despiden diciendo: Espero que tu próxima internación sea la del trasplante...
Y mientras el trasplante bendito llega, paseamos por los pasillos desiertos en fin de semana, comemos chucherías, charlamos, dormimos, reímos y cuando el cuore lo pide, lloramos juntos tomados de la mano. Esta internación es tan rutinaria que los amigos ya no llaman, a pesar que los sobresaltos nunca faltan, pero uno se va haciendo cada vez más resistente, más curtido, más... más fuerte; y no es que no duela, que no se conmueva el alma, que no se destruya mi espalda por tantas horas sentada, tampoco pasa mi estreñimiento nosocómico, ni mis nervios, ni su desconsuelo, ni el miedo al porvenir, es sólo que ante el sufrimiento uno va echando mano de lo que tiene para poner en resguardo, aunque sea un poquito, el corazón.
Lu*
No hay comentarios:
Publicar un comentario