Mientras escribo, voy pasando en limpio todas las cosas que he vivido en los últimos meses, desde aquella noche en que supe que "había llegado el momento", hasta ésta última noche -la de anoche- en la que no pude conciliar el sueño, ya que mi marido tiene los horarios cambiados, producto de su propia patología, mi valiente caballero duerme a intervalos a lo largo del día y su ansiedad se activa por la noche juntándose con mi frustración y cansancio.
Me enfurezco, no lo puedo controlar (a pesar de las varias tazas de tilo que tomo a lo largo del día); nunca, o mejor dicho, siempre he sido una leona cuando de dormir se trata, es irracional y me supera, incluso recuerdo la mañana de mi casamiento, cuando mi madre -que había cruzado el continente para estar presente- apareció muy sonriente y campante a despertarme... ¡vociferé! y después vino el arrepentimiento. Debo decir que cada noche he de conectar a mi marido a una sonda que pasa alimento nocturno, "la teta" la bauticé por su contextura lechosa y que es en realidad un compendio de todos los nutrientes que el hígado dañado ya no asimila pero que el cuerpo necesita con para seguir funcionando; mi esposo siempre ha sido un hombre libre de ataduras, tanto es así que vino a firmar papeles cuando ya nadie pensaba que iba a hacerlo: a los 54 años, frente a un juez y una breve comitiva dijo "acepto" causando el estruendo de aplausos y silbatinas de los incrédulos que asistían a nuestro casamiento. Nunca ha soportado rigores, "mandatos" como él los llama, imposiciones, disciplinas, todo aquello que tenga cara de cepo es para él una afrenta, así que permanecer 10 horas conectado a una máquina y sus cables, con los horarios cambiados (producto de la encefalopatía) y esa costumbre que tienen los músicos por vivir de noche, hacen que cada vez que se pone el sol, mi casa, ánimo y cordura se desmoronen.
Cada 45 minutos, o a lo sumo hora y media algo se le ofrece, ir al baño, tiene sed, algo le pica, tiene calor, tiene frío, hambre o ganas de fumar. Lo mismo pasa durante el día, pero entonces puedo ser consciente de mi proceder, de mis reacciones, de lo mucho que me necesita y saber que no pide para molestar, puedo ponerme en sus zapatos y pensar en lo que sería si fuese al revés, depender de alguien para calmar tus muy simples y básicas necesidades; y lo miro así, tan indefenso, tan "otra persona", tan distinto al hombre que -hasta hace tan poco- era una topadora, arrasaba, conseguía, lograba y forjada solo, siempre solo... tan frágil que a veces siento que se me escapa de las manos sin poder evitarlo y tengo ganas de gritarle ¡vamos reacciona, vuelve a ser tú, te necesito tanto! pero en vez de eso soy la cuidadora solícita, la madre amorosa, la nana precavida y la esposa sumisa que nunca fuí.
Pero por la noche todo cambia, él despierta con la energía renovada mientras yo sólo estoy deseando poner mi cabeza en la almohada y descansar pues sé el día siguiente que me espera. Lo conecto y empieza la danza de los deseos, de los pretextos, de las rebeldías y necesidades... Hace tiempo que su cabeza está habitando en alguna parte, con algunos momentos de lucidez que suelen ser brillantes, divertidos o emotivos. Sin embargo mi cabeza, tan habituada a vivir entre las nubes, está en el aquí y en un ahora que me deja extenuada, "la primera llamada" es atendida con atención y súplicas para dormir, pero a las 2, 4 y 5 de la mañana, el hada buena que invento a la luz del sol, se convierte en una furia que termina llorando o rumiando en el sillón, fumando cigarrillos descontrolada.
Lu*
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