Hoy después de hacer el trámite de todos los jueves, el que nos permite mantener esta historia, decidí caminar por la calle Perú, perderme entre tanta gente y -debajo de los lentes oscuros- lagrimear un poco; respiré y respiré profundo, con la profundidad que sólo acompaña a la libertad, libertad de sentirme por un instante parte de ese mundo que a pesar de nunca detenerse, para mí permanece congelado; miré distraída cada uno de los puestos que han hecho de esa peatonal (cuya continuación es Florida) un mercado persa, poco queda ya de los artesanos, hoy se puede ver -entre los neo-hippies- un cúmulo de oferta variada made in China.
Caminé hacia el correo ubicado en Av. de Mayo, y al entrar me di cuenta que había dejado en casa (otra vez...) la dirección a donde debía enviar el valioso paquete que llevaba en mis manos, un pequeño presente para ese hermoso niño que se ha convertido en una esperanza en este corazón condolido: Mi sobrino, la luz en mi orscuridad y la promesa de un mañana. A sabiendas que no podré asistir a su nacimiento, quiero estar presente aunque sea a la distancia, por eso, esa cajita conteniendo ropa dimininuta color celeste se ha convertido en una asignatura pendiente.
Habiendo olvidado la dirección, pensé por un momento en continuar mi caminata sin rumbo fijo, a ver qué podía encontrar y tal vez sin buscar me topara con algo que pudiera sorprenderme, miré el reloj y supe que debía volver, la interminable espera en la obra social, donde sabes a qué hora llegas pero no a qué hora te vas, hizo que mi tiempo en la calle se detuviera. Al pasar encontré un par de flores de piel y las compré, pensando en el verano y la flor de una sandalia que perdí en una ambulancia, acto seguido me dirigí a la calle que tomo cada día para volver a casa, caminaba ensimismada en las múltiples necesidades no cubiertas que mi esposo tendría apenas yo cruzara el quicio de la puerta cuando mis ojos se perdieron en una manta colmada de libros viejos, -"están de promoción" me dijo el librero callejero y decidí que acaso podía demorarme un par de minutos, total, las obligaciones y demandas no cambiarían si yo llegaba con un libro de más o de menos.
Me gustan los libros usados, tengo predilección por ellos, no sólo por lo económicos que resultan en comparación de los nuevos, sino por esa sensación de estar compartiendo al unísono las fantasías de algún otro, me gusta su olor, su color amarillento, me gusta leer sus inscripciones y dedicatorias, yo misma dejo mi huella en cada uno de los libros que leo, y que a veces libero, regalo, presto, y en algunas ocasiones nunca más recupero. Aquel que lee sabe lo que cuesta desprenderse de un libro, favorito o no, incluso si ha sido una mala lectura, a los lectores fanáticos nos gusta coleccionar esas historias por lo que nos movieron, por eso compro libros que otros ya leyeron, así cada libro adquiere doble sentido: la obra que el autor consignó y la vida de quien habiendo leído, se desprendió.
Junto a mí, un joven estudiante pagaba 2 monedas por Cortázar, el vendedor le hizo una rebaja porque era un joven lector de Cortázar, vaya a saber Dios si era verdad o una treta de mercachifle, pero mi alma de maestra no pudo dejar de asentir con alegría ¡nuestros muchachos están leyendo!... Yo seguía buscando un libro que me hablara, entre los muchos autores conocidos, desconocidos e ignorados, vagatelas de mercado y verdaderas joyitas en buen estado, mi corazón latió reconociendo "El llano en llamas". -¿lo conoce? preguntó el vendedor. -¡por supuesto! me lo llevo. -Un muy buen libro, dijo. -Si, un muy buen libro, respondí.
Y así, feliz y alejada de toda tribulación seguí caminando, recordando cada uno de los cuentos del libro que llevaba en mis manos, acaso he leído a Rulfo una decena de veces y siempre vuelvo para encontrar aquello que se me había escapado. Regresé a casa pensando en los autores que hasta ahora ahora he leído y los muchos que me faltan por conocer, pensando en la pila de obras pendientes, "empolvadas", que me esperan silenciosas en mi mesita de luz y que no he tenido tiempo ni ganas de disfrutarlos. Extraño tanto mis libros, poder concentrarme más de 15 minutos sin interrupciones, adentrarme en un mundo que no me pertenece pero que por fuerza de leer he de apropiarme... esta noche volveré hacer un intento, si no me duele la cabeza, la espalda, los brazos o el alma, trataré de ver si mis ansias por leer aún no se han calmado, lo intentaré pero no prometo nada pues, a pesar de extrañarlos tanto, son muchas las necesidades que debo cubrir al llegar a casa...
Lu*
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