13 may 2011

En la "lista de Espera"...


Antes que nada -y aunque parezca obvio- quiero aclarar que todas la opiniones aquí vertidas nada tienen que ver con institucíón alguna, ni responden a ningún otro interés que no sea a mi propia necesidad de desahogo; por tanto, si en algún momento mis palabras ofenden o atentan contra una persona u organismo, pido por anticipado disculpas. Esta realidad que escribo es mi realidad, mis momentos, el lado del espejo que por derecho me pertenece; hay miles de personas viviendo una situación parecida, sin embargo cada uno lo hace carne a su manera. No soy médico, ni militante ni vocera, sólo soy "la acompañante" de una persona que vive el largo proceso del camino hacia el trasplante...

Me acuerdo bien de ese momento... mi marido había viajado a Buenos Aires para su consulta habitual con su hepatóloga, era casi, casi, una rutina de cada 2 ó 3 meses trasladarse a la capital para visitar a los médicos y de paso a los amigos, pasear por sus barrios y recordar otras épocas. Para mí, esos viajes significaban un descanso, descanso de cada una de las obligaciones conyugales que a pesar de los años no había podido acostumbrarme (ni entonces ni ahora): hacer la cama, lavar los platos, ir al super, preparar la comida, ordenar, quitar el polvo ¡vamos! las labores de cualquier ama de casa. Así que cuando mi esposo viajaba yo volvía del trabajo y sólo me tiraba en el sofá, o en la cama o prendía la compu, pedía pizza e incluso a veces ni comía, a veces tomaba una cerveza, aprovechaba para responder los mails atrasados, conectarme con amigos y hasta salir de juerga (de juega me iba incluso estando él, pero ese saborsete en la boca de no rendir cuentas que hacía años había dejado atrás le daban un gusto especial a mis salidas con amigas).

Todo era perfectamente normal y, como lo dije, rutinario, pero aquel noviembre del 2008 las cosas empezaron a cambiar, aunque nos negábamos a darnos cuenta... Recuerdo haberlo acompañado la siguiente visita, cuando le darían el "apto" o no para entrar en la lista; habían sido muy pocas las veces en que lo había acompañado al médico y esa mañana me presenté adormilada junto a él ante su doctora: -"Eres apto"- le dijo con la seriedad propia que la ocasión ameritaba... Él, lo recuerdo bien, respiró y dejó caer unas lágrimas -"¿pensabas que no lo serías?" preguntó ella sonriente, -"es que querer cambiar el mundo cuesta caro"- respondió, con la profundidad que infunde a las palabras que para él tienen significado, con eso tono de voz melancólico que tanto he aprendido a conocer.
-"Si, cambiar el mundo se pagan caro"- dijo, alejándose un poco de su papel de médico tratante.

Salimos de ahí con una sonrisa (aún hoy no se por qué sonreímos), nos tomamos de la mano y después lo olvidé todo, quizá fuímos a recorrer pizzerías como era el rito de cada viaje a Buenos Aires, o a casa de un amigo o caminar horas y horas sin rumbo fijo hasta que mis pies no daban más y comenzaba a rumiar con cara de pocos amigos para detenernos y tomar una cola cola ¡algo! (nunca he sido muy afecta a la actividad física y mis pies planos y mis caderas abultadas dan cuenta de ello); o quizá simplemente fuímos al hotel, no lo recuerdo, sólo recuerdo que ese día habíamos entrado en la lista, y la espera se convirtió -hasta el día de hoy- en compañera.


Lu*

p.d. Esto fué lo que escribí por aquel entonces, cuando pude recobrar el aliento... "Certezas..."

No hay comentarios:

Publicar un comentario