Existen cruzadas que uno emprende sin siquiera preguntarse por qué, sin aventurarse a comprender las razones ni cuestionar los motivos; así, simplemente así preparas tu equipaje y te dejas llevar, echándote al hombro un sin número de mochilas que jamás te imaginaste cargar, con las armas que tienes, con el empuje que queda y con lo que vas aprendiendo por ahí, das rienda suelta a la vida, afrontando la situación...
Esta semana, sin duda, estuvo cargada de emociones, pues -al detener la marcha, la vorágine de vivir 'afuera'- las pequeñas cosas se convierten en tesoros, instantes de esos que te piantan el lagrimón... Aún puedo recordar la última vez que mi marido quiso darse un buen baño de inmersión, con las piernas temblando y aferrándose a mí, entró temeroso a la bañera misma que, tras 15 minutos de placer, se convirtió en una verdadera prueba de obstáculos. Ahí estaba yo, intentando levantar el pesado cuerpo de mi esposo, sus frágiles brazos se sostenían fuertemente a los costados haciendo un extremo esfuerzo por salir; yo, en pelotas, sólo con el calzón puesto (porque bañar al pibe implica terminar toda bañada) hacía palanca con mis piernas, mientras mi espalda de partía tirando de cada una de sus axilas, a punto estuve de llamar al portero del edificio para que me ayudase a sacarlo, cuando finalmente -acompañado de un enorme grito de los dos- logramos ponerlo medio en pié y sentarlo al borde de la tina.
Por eso, cuando hace unos días me pidió 'otro baño' lo dudé, mucho, muchísimo... mi espalda ya no está para esos trotes y el miedo de verlo caer me paralizaba, sin embargo, son pocas las cosas que hoy lo hacen feliz, pocas cosas las que me pide como excepción; me hice la tonta, más no dije que no, sólo omití cualquier posible respuesta y me fuí a la cocina a prender un cigarrillo. "Está bien" -le dije- "vamos a bañarnos" y su rostro se iluminó, no así el mío que luchaba por reprimir el temor; mis dientes apretados poco a poco se fueron aflojando... Jorge entraba solo a la bañera, un pie y luego el otro, se agachó ante mi atenta mirada y jugó en el agua como pequeñajo por cerca de media hora.-¡Esto se parece a la felicidad!- le mandé por mensaje de celular a una amiga -¡sólo le falta su patito de hule para tener la foto perfecta de la plenitud!- y lloré... Mientras mi muchacho jugaba, mi corazón estallaba de gratitud, y es que uno sólo pide un poco de dignidad en esta espera, una luz que te ayude a saber que algún día llegarás al final. Hoy ya van 3 baños como ese...
Y tras el baño vino la música, "su" música, esa que, después de tantos años juntos, aún me hace volar, esos acordes que habían quedado en el olvido, esas notas con las que acopañé mi sueño desde el primer momento en que vivimos juntos... -"traeme mi guitarra"- me dijo, y yo de un salto me apresté frente a 'mi rival', esa su compañera, esa su inseparable amiga, esa su fiel testigo de todos y cada uno de sus momentos, de gloria o no, de plenitud o no; esa que ante la falta de afecto e incomprensión de la madre se convirtió en la única fémina a pesar de todo. Fue un deleite escuchar su voz, la voz recriminatoria de un amor postergado, con los dedos presa de calambres y la falta de práctica (un guitarrista toca al menos 4 horas todos los días), el sonido que le arrancó no fue prolijo mas si perfecto.
Su medio de comunicación se hizo escuchar, su conexión con el mundo se entrelazó nostálgica, quejumbrosa, mimada y poderosamente, apenas unos instantes pues la muchacha es pesada y su caricia exige mucho de quien la toca, apenas unos instantes en que volvió la normalidad a casa, volvió el alma, los sueños y la esperanza. Desde entonces esa chica lo acompaña en su internación domiciliaria, comparte conmigo su vigilia, nuestros partidos de back gammon (que pierdo cada vez más...), la teta, la insulina, la espera... Se quedó de pie en la sala, aguardando silenciosa los instantes en que su maltrecho amante quiera volver a tocarla, mirándome a mí no como oponente, sino como complemento de esta nuestra historia.
Mi vida recobró el ritmo y la armonía, recuperó el swing y con él, las ansias por seguir andando...
Lu*
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