El lunes amaneció temprano, muy temprano... había que presentarse al hospital para otro drenaje, el tercero en 3 semanas ¿y en total? ¡bah! desde hace más de un año, ya he perdido la cuenta. Era un día gris, precedido de un fin de semana que hacía esfuerzos por sonreír a pesar de todo.
No puedo enlistar por falta de espacio virtual, la cantidad de cosas que debo dejar preparadas para que podamos salir "tranquilos" de casa: para toda esta movida pre-trasplante y para sobrellevar la misma alquilamos un departamento amueblado, de esos que suelen alquilar los turistas y que disponen de todo lo necesario para instalarse cómodamente y vivir; no para enfermos y todos sabemos que los enfermos no son precísamente civilizados, ordenados ni mucho menos limpios y perfumados, largando sin pudor líquidos y materias orgánicas que manchan y apestan. Un departamento pensado para turistas al que cada semana, sin fallar, viene el dueño a llevarse las sábanas y toallas a lavar como parte del servicio, así que dejo a la imaginación de algún eventual lector las peripecias de los lunes en la mañana (peripecias que comienzan ese mismo día por la tarde y siguen el martes, miércoles...).
Ese inicio de semana me sorprendió cansada, cansada y hormonal ¡que no es lo mismo! transitando los tres días que cada 28 me recuerdan que también soy mujer, y que además -a mis 36- me recuerdan que mi tiempo se acorta... Por eso, no es raro que -ante los asombrados ojos de mi marido- mis propios ojos no pararan de llorar, sacando todo lo que por fuerza tiene que esconderse debajo del tapete, mis hormonas decidieron llorar y les otorgué el derecho; derecho se saberse frágiles y con necesidad de consuelo, un consuelo de quien no lo puede dar porque... porque está enfermo. Ridículamente sollozando y con la nariz hinchada subí al taxi y me aparecí en la consulta, mi cara de esposa doliente con las largas líneas que cruzan mi frente, ya son familiares por esos pasillos por lo que a nadie le sorprendió y se ocuparon de lo importante...
Y así pasaron los días signados como femeninos, teñidos de ibuprofeno (por los dolorosos quistes que, una vez más, me recordaron mi tan postergada visita ginecológica), terminando con una subida de presión que hoy me dejó -tras los interminables trámites mañaneros- de cama; hay que ser un verdadero artista para reir aunque el alma se esté desangrando, un alma que no encuentra asidera, que busca y no encuentra porque "se perdió" ¿cómo brindar consuelo cuando es uno mismo quien no lo encuentra? Cómo alentar a no caerse cuando uno ya está de rodillas? Si, si, ya lo sé ¡es la regla! la que me pone sentimental y dolorida, la que exagera y todo lo nubla pero... hay que seguir remando aunque de momento, los brazos estén muy cansados y requieran detenerse.
Siento culpa de llorar, de llorar así descontroladamente, por eso suelo ahogarlo en la almohada, o esconderlo en el baño, o -como tantas mujeres- lloro bajito por los rincones... pero a veces el dolor te desborda, la cabeza se pasa de rosca y el cuepo (porque al fin y al cabo es sólo un cuepo) deja de responder. Es mucho el dolor y la angustia que uno carga en momentos así; lloras por el otro pero también lloras por tí, -"yo no elegí ésto, me tocó"- le dije desesperada a mi marido... yo no soy enfermera ni mucho menos una santa, ni tampoco me interesa convertirme en una mártir... A veces siento unas ganas desesperadas de escapar, de salir huyendo, huir de mí misma y de los fantasma que atormentan mi cabeza, de todos los pendientes que aún quedan por hacer y de la espera que aún resta por delante; tengo miedo de perderme en el dolor y desaparecer irremediablemente tras el rictus que hoy enmarca mi cara.
Creo que por ahora me he vaciado, que es mucho lo que de mí se demanda, estoy sola y no es poca cosa, sola para él, sola para mí y sola para encarar el incierto día a día; sola para inventarme una sonrisa, para sostener, medicar, apoyar, consolar, mirar, amar, soportar, regañar, consentir, malcriar... Nunca pensé que esta independencia mía me llevara a vivir en una ciudad, que por más hermosa que sea -y si que lo es- me recuerda que aquí sólo lo tengo a él y él, tan ausente, sólo me necesita porque tampoco tiene a nadie más.
¿Dónde está la idiota que reía sólo por reír? Hace tiempo que quiero verla y preguntarle ¿cómo mierda hacía para ser feliz?
Lu*
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